Javier (Javier Bardem) conoce a Miranda (Victoria Abril) en unas sesiones de terapia para sexoadictos. Ambos arrastran un pasado oscuro: por un lado, ella, que trabaja en un programa de la radio sobre problemas sexuales, está casada con Félix (Carmelo Gómez), que es policía, y tiene una hija, Celia (Daphne Fernández). Todas las mañanas saca a pasear a su perro por el parque, mientras aprovecha para conocer a hombres deseosos de pasar un buen rato. Por otro, Javier es escritor de guiones y vive atormentado por una mujer misteriosa que conoció una vez en un aeropuerto. Se pusieron a hablar y empezaron a tener una conversación más caliente de lo normal, que continuaron por móvil. Ahora ha descubierto que esa enigmática mujer grabó lo que dijeron y ha sacado una cinta clandestina que se vende muy bien en el mercado negro.

Un día, después de la terapia, Javier y Miranda no aguantan más y se dejan llevar por sus impulsos, así que se acuestan en el primer sitio que encuentran: un coche abandonado de un aparcamiento. Pero ahí empiezan sus problemas, porque pocas horas después, la policía encuentra el cuerpo sin vida de un hombre en el maletero. El marido de Miranda es puesto en el caso y se pone a investigar. Y todo parece apuntar hacia la empresa cinematográfica Oriunda S.A., donde trabaja Javier.

Como guiño para el público que entiende, en esta película aparece una madre lesbiana que abandona a sus hijas para irse con su amada, un gay adicto al sexo que relata como se lo montó con el novio de su hermana, un taxista con sida (pero hetero) interpretado por Javier Albalá y un sorprendente travestido. ¡Ah! Y el cadáver del coche tiene restos de semen y ciertos desgarros anales.

Es una de las películas españolas de los últimos años con el mejor suspense y que, a pesar de su título, no cae en el exhibicionismo sexual excesivo de algunas cintas nacionales.