[Este texto fue publicado en el catálogo del festival LesGaiCineMad 2006]
Desde que el director taiwanés Ang Lee rodara en 1993 su Banquete de boda, ha ido marcando estilo propio con su filmografía, tan variada y extensa, que incluye títulos tan diversos como Sentido y Sensibilidad (1995), La tormenta de hielo (1997), Tigre y Dragón (2000) o Hulk (2003). Pero tuvo que esperar hasta 2005 para presentar la película más conmovedora y a la vez vanguardista de su carrera. Nos referimos por supuesto a Brokeback Mountain, basada en el relato de Annie Proulx, y cuyo título fue traducido sorprendentemente en España como En terreno vedado y, de manera más sugerente, como El Secreto de la Montaña en los países de Hispanoamérica.
La historia de amor entre Jack Twist y Ennis del Mar, interpretados excepcionalmente por Jake Gyllenhall y Heath Ledger, no es ni pretende ser el primer romance gay llevado a la gran pantalla. Precisamente hemos podido disfrutar recientemente de la ardiente aunque tácita pasión entre Alejandro Magno y su fiel Hefestión, en las pieles de Colin Farrell y Jared Leto, en la no siempre comprendida superproducción de Oliver Stone de 2004, y que no deja de traerme a la memoria aquella famosa escena de Ben-Hur (1959) en la que Charlton Heston era devorado con la mirada por su viejo amigo romano y sin embargo adversario en la carrera de cuádrigas, Messala.
Tampoco es la primera película de temática LGTB nominada a múltiples premios por todo el mundo, pues precisamente Las Horas de Stephen Daldry (2002) obtuvo gran reconocimiento, incluyendo el Óscar a la mejor actriz para una irreconocible Nicole Kidman, escondida tras una inmensa nariz de maquillaje, o al igual que ocurriera con Philadelphia de Jonathan Demme (1996) o Todo sobre mi madre de Pedro Almodóvar (1998), que cosecharon éxitos por todas partes.
Sin embargo creo sinceramente que habrá un antes y un después de Brokeback Mountain, aunque sus nobles efectos seguro que tardarán todavía en aflorar y adquirir visibilidad, tanto en las mentes de los codiciosos productores de Hollywood, como en la sociedad, representada por unos espectadores cada vez más exigentes con el cine, que ya no se conforman sólo con películas de refresco y palomitas.
Llama enormemente la atención el gran apoyo mediático que precedió a la película, antes, durante y después del rodaje. Que la imagen de dos rudos cowboys en actitud más que comprometida ocupa un lugar en las vitrinas de honor de la iconografía gay es algo bastante conocido, al igual que despiertan pasiones los ambiguos marineros del Querelle de Fassbinder (1982) o las togas romanas en la ya citada Ben-Hur (1959), la también célebre Espartaco (1960) o la recientemente estrenada serie de televisión Roma (2005). Hoy diríamos que los productores de Brokeback fueron muy valientes o grandes visionarios al prever el gran interés que despertaría la película en todo el mundo, imaginando seguro los pingües beneficios que alcanzarían por doquier.
Ang Lee supo a su vez entretejer una historia que no recayera en el tópico fácil y el desenlace previsible, además de aportar una seriedad que sabe transmitir un carácter solemne al espectador, que queda compungido al aparecer los títulos de crédito finales. Sin embargo, muchas de las películas de temática LGTB que se ruedan, normalmente con grandes apuros económicos, deben salir al mundo y subsistir a base de festivales y proyecciones minoritarias, que aunque necesarias, no consiguen normalmente alcanzar al gran público.
Por otro lado, Brokeback es capaz de provocar escalofríos al espectador con sus impresionantes paisajes de las Rocosas canadienses (aunque la historia suceda realmente en Wyoming), mediante una historia que no se ha contado igual con anterioridad. Hay claras reminiscencias a Boys don’t cry (1999) o incluso una cierta relación con el telefilm de la HBO El Proyecto Laramie (2002), sobre el asesinato del estudiante Matthew Shepard, películas con las que comparte Brokeback la rancia homofobia de la América profunda en la que tienen lugar, aunque aquéllas están basadas en hechos reales y la de Ang Lee proviene de una novela de ficción.
Sin embargo, cuando en aquella madrugada de la noche del 5 al 6 de marzo de este año finalmente se desveló que el Óscar a la mejor película se lo llevaba Crash en vez de Brokeback, tras las grandes esperanzas depositadas en la película con el premio a mejor director para Ang Lee, así como el gran papel jugado en los Globos de Oro, tuve claro que las cosas en Hollywood no habían cambiado lo suficiente. Cuándo se atreverá la conservadora Academia estadounidense a otorgar su preciada estatuilla dorada a una película donde la trama LGTB es parte fundamental de la historia y no algo secundario o incidental, es algo que el tiempo desvelará a su debido momento. Claro que Ang Lee puede darse por satisfecho por el camino recorrido.
Parece una moda en Hollywood que, para triunfar un actor o actriz, antes o después debe representar un papel homosexual. Jake Gyllenhall y Heath Ledger ya han cumplido con esta norma tácita. Otros que aceptaron ser gays o lesbianas delante de las cámaras han sido, por ejemplo, Tom Hanks y Antonio Banderas (Philadelphia), Al Pacino (A la caza), Clive Owen (Bent), Colin Farrell (Alejandro Magno y Una casa en el fin del mundo), Dennis Quaid (Lejos del cielo), Ed Harris (Las Horas), Hugo Weaving y Guy Pierce (Las aventuras de Priscilla), Sean Bean (Caravaggio), Russell Crowe (Nosotros dos), Gael García Bernal (La mala educación) o Philip Seymour Hoffman (Capote) y en terreno patrio, Eduardo Noriega (Plata Quemada), Javier Bardem (Antes que anochezca y Segunda piel), Javier Cámara (La mala educación) o el mismísimo José Sacristán (El Diputado y Un hombre llamado Flor de Otoño), entre otros muchísimos. Entre las féminas no podemos olvidar el reciente ascenso mediático de Charlize Theron tras protagonizar Monster junto a Christina Ricci (también en papel lésbico) y Felicity Huffman (la mujer desesperada convertida en transexual en la excelente Transamérica). El “ponga un gay en su currículum” es una lección que por fin los actores de hoy parecen tener bien aprendida, a excepción de algunos que aún hoy prefieren mantener a toda costa su dignidad hetero o etérea.
Lejos quedan los años en los que los homosexuales no existían en el cine estadounidense porque lo prohibía la censura del Código Hays, mientras que por estas tierras muchos eran confundidos con vagos y maleantes y encerrados en campos de concentración. Como bien indica Vito Russo, autor del recomendadísimo libro The Celluloid Closet, los gays y las lesbianas pudieron por fin aparecer en la gran pantalla, a costa de ser caricaturas, personajes secundarios ridículos y, por supuesto, con historias vacías y meros acompañantes de los verdaderos protagonistas. Con el tiempo se convirtieron en delincuentes (A la caza, 1980), vampiresas (Catherine Deneuve en El Ansia, 1983), y muchos acabaron muertos en las últimas escenas de la película (Sal Mineo en Rebelde sin causa, 1955), o suicidándose (Shirley McLaine en La Calumnia, 1961). Quizá en esto no sea rompedora Brokeback, aunque es cierto que un final feliz en el Wyoming de los 60 tampoco habría sido creíble.
¿Qué nos deparará el futuro cinematográfico a los espectadores que más “entendemos” de cine? Pues no pretendo ser adivino, pero supongo que mucha de cal y mucha de arena también. Como digo, actores famosos parecen acceder por fin a interpretar papeles claramente gays (ahí está el reciente doblete de Colin Farrell en Alejandro Magno y Una casa en el fin del mundo). Por otro lado, la tendencia de rodar películas de temática LGTB parece estar llegando a todo el mundo, como demuestra la tailandesa Beautiful boxer (2003), la israelí Caminar sobre las aguas (2004) o la también tailandesa y estrenada en septiembre Tropical Malady (2006).
Por desgracia, muchas de estas pequeñas producciones seguirán sufriendo, por un lado, para rodarse, y por otro, para llegar a estrenarse en la gran pantalla, pegando a veces el salto directo al DVD, como hicieron recientemente D.E.B.S. (2004) o Rent (2005). Son precisamente los Festivales de Cine, como este LesGaiCineMad que ahora nos acoge, los que normalmente proyectan estas obras minoritarias, donde los espectadores podemos lanzar un claro mensaje a las productoras y distribuidoras de cine para que se den cuenta de que existe un público potencial que muestra interés por estas películas. Es así como logramos que, tras su paso por el LesGaiCineMad, se estrenaran finalmente en nuestros cines Fucking Åmål (1998), Get Real (1998), Tú tranqui… es sólo sexo! (1998), Trick (1999), El club de los corazones rotos (2000), L.I.E. (2002) o La memoria de los peces (2003), a pesar de que se quedaron en el intento las divertidísimas Las chicas de acero (2000) o Eating out (2004).
Esperemos que la semilla plantada por Brokeback Mountain pueda crecer y florecer, y pronto podamos disfrutar de las mejores películas LGTB en cualquier cine de nuestra geografía. La historia de Jack y Ennis, en cualquier caso, tendrá siempre un puesto de honor en nuestra filmografía favorita de todos los tiempos.